Hace 30 años la vanguardia más avanzada de la evolución cultural de la izquierda política chilena asumió un desarrollo humano posmoderno, esto es, pluralista, relativista, individualista, inclusivo, diverso, autorrealizativo, multicultural. Esta ola empezó asumiendo una serie de formas sanas, apropiadas para esos tiempos y evolutivamente positivas, como el movimiento por los derechos humanos y civiles, el movimiento ecologista de alcance global, el impulso por la sostenibilidad empresarial, el feminismo personal y profesional ante un machismo predominante, la legislación de los delitos de odio y una sensibilidad ante cualquier forma de opresión de casi cualquier minoría.
Sin embargo, con el paso de las décadas las ideas posmodernas empezaron a derivar hacia modalidades extremas, disfuncionales y manifiestamente insanas. Su amplio pluralismo encalló en un relativismo desenfrenado. La idea de que no existe una verdad universal sino tan solo diferentes verdades locales, desembocó en una forma de narcisismo y nihilismo generalizado en donde todo conocimiento depende de la cultura o el contexto. La frase que mejor resume el mensaje posmoderno afirma: “la verdad no existe”.
De este modo, la izquierda se dedicó simplemente a destruir o deconstruir toda verdad y valor que encontró a su paso. Esta actitud no tardó en desembocar en el infierno posmoderno, según el cual en ningún lugar hay valores reales y creíbles. Así fue como empezó a fracasar porque perdió el rumbo y ahora no sabe a donde dirigirse, contribuyendo a la regresión del país y su estancamiento. En lugar de generar orden a partir del caos, genera caos a partir del caos porque ya no tiene la menor idea de lo que es el verdadero orden. Menos puede reconocer, la organización del caos.
En suma, ya no tienen un orden hacia el cual encaminarse menos una verdad en la cual confiar. Sólo quedan las fuerzas motivadoras del nihilismo y el narcisismo. Pero estos no son rasgos con los cuales una vanguardia pueda operar sin verse afectada por ellos. Así es como la evolución cultural de Chile se estanca y emprende una serie de movimientos regresivos que ahora se ven claramente en la denominada “crisis social”.
Este es un escenario propicio para que la extrema derecha desate sus impulsos patriarcales con su natural tendencia a los valores tradicionales, creencias religiosas fundamentalistas, valores familiares altamente patrióticos, militaristas, conformistas y frecuentemente homófobos y sexistas, en el mejor de los casos, dictatoriales.