“La verdadera dictadura no es la que te prohíbe decidir, sino la que deja decidir lo que ella quiere que decidas y te hace creer que es decisión tuya”. George Orwell.
La democracia es una forma de gobierno del Estado donde el poder radica en el pueblo, cuyos miembros son libres e iguales gracias al voto en las urnas y, algo fundamental, exige la virtud de los actores o sujeto político. Sin embargo, cuando la virtud desaparece de los elegidos para dirigir la organización social y el sujeto político se dedica a trabajar para las elites plutócratas y sus propios intereses, la democracia desaparece y se transforma en una demagogia, su opuesto, cuya estrategia consiste en conseguir el apoyo popular mediante el uso del engaño, la propaganda y la desinformación por parte de los llamados “aduladores del pueblo” a decir de Aristóteles.

Los demagogos se arrogan el derecho de interpretar los intereses del pueblo para sus ambiciones personales, confiscan todo el poder de la nación mediante falacias difundidas a través del control de los medios de comunicación masivos y, cuando la estupidez se apodera de las masas, logran instaurar una tiranía o “verdadera dictadura” a decir de George Orwell.

Hoy se cumplen 30 años de la instauración de una demagogia casi perfecta en Chile, disfrazada de democracia. Si hubiese virtud en los actores políticos, la realidad social sería otra cosa y no se estaría pasando por la crisis y regresión histórica. La lucha del pueblo soberano en las calles, en realidad, no es contra la democracia, sino contra una demagogia que controla al país con tácticas de despiste, manipulación de los significados, omisiones, estadísticas fuera de contexto, demonización de personas o grupos y falsos dilemas.

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