La leyenda cuenta que Quetzalcóatl vino de un desconocido país del Sol naciente con un traje blanco y tenía barba. El “Sabio Anciano” enseño a la gente todas las ciencias, artes, costumbres y les dejó leyes muy sabias. Se decía que bajo sus directivas el maíz creció alto como un hombre y el algodón florecía ya coloreado. La tradición le atribuye un papel mesiánico, dado que un hombre con barba no era algo frecuente en aquellas latitudes de Mesoamérica. Kukulkán, el dios maya, la “Serpiente Emplumada”, corresponde al posterior dios mexica y rey de la ciudad tolteca de Tula, Quetzalcóatl.

La vida social de los Toltecas aparece totalmente centrada alrededor del prestigioso héroe, Quetzalcóatl, cuya naturaleza es realmente ambigua. Es un rey de una rectitud sobrehumana que adquiere dos personalidades distintas, sin relación aparente entre ellas.

Por un lado, es una potencia de este mundo en lucha con las pasiones y finalmente es derrotado por un rival. Del otro es un dios creador, héroe de acontecimientos que escapan a la lógica del sentido común, como en casi todos sus relatos legendarios. Se llega a la conclusión de que su descenso a los infiernos y su transfiguración deben, por lo menos, ser tan reveladores de su naturaleza divina como de su actividad social.

La tradición narra que cuando Quetzalcóatl completó su misión, volvió al mar, predicando y enseñando en su camino para, finalmente, abordar un “barco de fuego” que lo llevó a la estrella de la mañana, Venus. La profecía cuenta que prometió regresar.

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