¿Hacia dónde corren, humanos, borrachos como están por haber bebido hasta las heces del vino sin mezcla de la doctrina de la ignorancia, vino que no pueden digerir y que deberán vomitar? ¡Abandonen la embriaguez! Miren hacia lo alto con los ojos del corazón y si todos no pueden, que lo hagan quienes pueden. Pues el mal de la ignorancia inunda a toda América del Sur, corrompiendo el alma prisionera del cuerpo sin permitirle anclar en el puerto de la salud.
No se dejen arrastrar más por la violencia de su oleaje, antes bien, aprovechen el reflujo, ustedes, que pueden desembarcar en el puerto de la salud, arrojen el ancla y busquen guías que les muestren el camino hasta las puertas del conocimiento, allí donde brilla la luz, pura de toda oscuridad, allí donde nadie está ebrio.
Es hora de que América del Sur desgarre de punta a punta el traje que la reviste, tejido de la ignorancia, soporte de la maldad, cadena de corrupción, celda tenebrosa, muerte viviente, cadáver sensible, sepulcro que contigo llevas por todas partes, ladrón que habita en tu casa, compañero que te odia por las cosas que él ama y que por las cosas que odia, te envidia.
De un enemigo tal se han revestido nuestros países como de una camisa de fuerza que los estrangula y atrae con ella hacia lo más bajo, por miedo de que, alzando los ojos hacia lo alto y contemplando la belleza de la verdad y el bien que reside allí, acaben por aborrecer la maldad del enemigo después de comprender todos los embustes y las mentiras que ha dirigido contra ti.
La ignorancia ha tornado insensibles los órganos de los sentidos, obstruyéndolos con la masa de la materia y llenándolos con una repugnante voluptuosidad, con el fin de que no tengamos oídos para las cosas que tenemos que oír ni vista para las cosas que hemos de ver.